Sentir que somos un universo cambiante, nos hace tener los pies en el suelo, nos hace percibir todo, ese todo que se puede ir a la nada, nos hace apreciar los más mínimos detalles, el frío que congela o el calor que irradia, la fuerza que amenaza tanto como la belleza que encanta. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca o los huracanes que avasallan. Sentir la respiración que nos entra, los olores que nos embriagan o nos repelen. Sentir la tierra es captar el espíritu vivo de cada lugar.
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